domingo, 6 de mayo de 2012

El mar de las lamentaciones


Hay un hermoso mar en la ciudad,
en él se mira, nos miramos todos,
es el único sitio donde uno
puede reconocerse sin dudar.
Es el mar de la infancia, el mismo mar
de nuestra juventud, aquel que un día
nos sorprendió como el primer amor,
el espejo de aquello que somos
y la voz de todo lo que fuimos.
¿Quién no se reconoce en la bahía?
¿Quién no se ha detenido alguna vez,
absorto ante las aguas oscilantes
o quietas en su ensimismamiento,
para sentir la plenitud del mundo?
¿No es el mar una obra de arte
que nos regala la Naturaleza?
No necesita adornos este mar,
no necesita vanas florituras,
no necesita más de lo que tiene,
pero el que tiene más de lo que necesita,
en el nombre del arte o la coartada
del progreso y la modernidad,
quiere alzar una obra mastodóntica,
un muro entre el mar y quien lo mira,
el principio del fin de la belleza,
algo muy parecido a la muerte.
En esa tumba, en ese monumento
a la soberbia de quien lo propugna
y a la grandilocuencia megalómana,
quedarán enterrados nuestros sueños,
junto a los de nuestros antepasados
y las generaciones venideras,
y el mar que amamos como a nuestra vida
será el mar de las lamentaciones,
y el cáliz que recoja nuestras lágrimas.
y nunca dejaremos de llorar,
sin consuelo para el desconsuelo,
ante el cadáver pálido de Ofelia.

(Santander, 5 de mayo de 2012) ANTONIO CASARES

1 comentario:

  1. La verdad es que a uno le dan ganas de exilarse... Tal vez antes de que lo deporten.

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